No. Publicación: 7
Clasificación: 1.ª trimestral 2018
“Si el gobierno no puede crear felicidad para su gente, no hay razón de que el gobierno exista”.
Código Legal de Zhabdrung Rimpoche, Reino de Bután, 1729
Durante la mayor parte del siglo XX, el desarrollo de los países se evaluó en función del crecimiento económico, bajo la creencia de que a éste lo acompaña un incremento en los ingresos; y, como consecuencia, un incremento en el bienestar y desarrollo de la sociedad y de los individuos. La idea básica es ésta: si la economía crece, las personas tienen acceso a mejores ingresos, lo que amplía sus posibilidades de consumo y satisfacción de necesidades.
La teoría y las políticas económicas asumieron que había una relación significativa entre crecimiento económico (medido como Producto Interno Bruto –PIB– per cápita) y bienestar.
Sin embargo, a mediados de la década de los 70 Richard A. Easterlin, un investigador de la Universidad de Pensilvania, publicó un artículo que cambiaría la manera de pensar el crecimiento económico y el bienestar (1). En el documento demostraba que la población en los Estados Unidos de América no habían incrementado sus niveles de felicidad entre 1946 y 1970 a pesar de que en ese periodo hubo un amplio crecimiento económico en el país (Oishi & Kesebir, 2015) y un incremento en el poder adquisitivo de las personas (Layard, 2006). Sus hallazgos dieron lugar a la denominada Paradoja de Easterlin: después de determinado nivel de crecimiento económico, el incremento en los ingresos no se relaciona con un incremento en los niveles de felicidad (Easterlin, McVey, Switek, Sawangfa, & Zweig, 2010).
Desde entonces, diversas investigaciones y esfuerzos políticos se han enfocado a descubrir por qué el crecimiento económico no necesariamente va aunado a un crecimiento en la felicidad y cuál es (o debería ser) el rol de los Estados con relación a la felicidad de sus ciudadanos.
Actualmente, distintos organismos a nivel mundial, como la Organización Mundial de la Salud o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), reconocen que el PIB como indicador de desarrollo no dice mucho acerca de la calidad de vida de las personas; e incluso se han hecho esfuerzos importantes para incorporar en las mediciones nacionales y comparaciones internacionales indicadores subjetivos de bienestar y felicidad. Entre estos indicadores destacan el Reporte Mundial de Felicidad, que se publica de manera anual desde 2012, las Conferencias Internacionales sobre Felicidad Interna Bruta (FIB) y el Índice para una Vida Mejor (IVL) de la OCDE. A nivel nacional, el INEGI ha realizado algunas mediciones sobre bienestar subjetivo de manera experimental desde 2012, con resultados sorprendentes.
¿Qué nos hace felices?
Es casi seguro decir que la mayoría de las personas quiere ser feliz (Easterlin, 2006). Sin embargo, a pesar de la importancia que las sociedades han dado a la búsqueda de la felicidad a lo largo de la historia, no fue sino hasta la segunda mitad del siglo XX que, primero desde la psicología y después el resto de las ciencias sociales, se comenzó a investigar de manera más rigurosa la felicidad de las personas.
Hablamos de felicidad al referirnos al bienestar subjetivo o la evaluación personal de la satisfacción con la vida de manera holística. (vgr. Frey & Stutzer, 2002) En sus Directrices para Medir el Bienestar Subjetivo, la OCDE define bienestar subjetivo como “buenos estados mentales, incluidas todas las evaluaciones, positivas y negativas, que las personas hacen de sus vidas y las reacciones afectivas de las personas a sus experiencias”. (OCDE, 2013, p. 10) El bienestar subjetivo o felicidad abarca la evaluación de la vida, los afectos y el sentido de propósito en la vida. (Helliwel, Layard & Sachs, 2017)
En términos generales, los documentos existentes sobre el tema identifican las siguientes influencias potenciales sobre el bienestar subjetivo: ingreso; características personales; características socialmente desarrolladas; cómo pasamos nuestro tiempo; actitudes y creencias hacia uno mismo, los/ otros y/o la vida; lazos sociales; y el entorno económico, social y político. (Dolan, Peasgood & White, 2008)
Con relación al ingreso hay dos aspectos fundamentales a considerar: si bien se ha demostrado que en el largo plazo y después de haber alcanzado cierto nivel de bienestar, el incremento en los ingresos no va acompañado por un incremento de la felicidad (Oishi & Kesebir, 2015; Dolan et al, 2008), también es cierto que cuando los individuos y naciones que viven en situaciones más precarias tienen incrementos en sus ingresos, también experimentan mayores niveles de bienestar y satisfacción debido a que incrementan sus posibilidades de mejorar su alimentación, salud, educación y condiciones laborales, entre otros. (Helliwel, Layard & Sachs, 2012)
En el caso de México, datos del INEGI ayudan a desmitificar la creencia de que las personas en pobreza viven “pobres, pero felices”: según los Indicadores de Bienestar Subjetivo de la Población Adulta en México (INEGI, 2015), las personas clasificadas en los deciles más bajos en relación a la distribución de ingresos promedian menor satisfacción con la vida en comparación con las personas ubicadas en los deciles con los ingresos más altos.
Asimismo, los niveles de satisfacción con la vida en general disminuyen conforme incrementan los niveles de pobreza: las personas no pobres y no vulnerables experimentan una satisfacción con la vida de 8.52 en una escala del 0 al 10 (0 siendo la peor vida posible y 10 la mejor); el promedio baja a 8.13 entre las personas vulnerables por ingresos, 7.99 entre las personas vulnerables por carencias, 7.68 entre quienes viven en pobreza moderada y 7.29 entre los pobres extremos. Entre las y los mexicanos adultos, la pobreza limita la felicidad.
Además del ingreso, otras investigaciones alrededor del mundo revelan la manera en que distintos aspectos pueden hacer que las personas experimenten una mayor felicidad en sus vidas, como la salud mental y física (Dolan et al., 2008), el incremento en los niveles alcanzados de educación, particularmente en países en desarrollo (Blanchflower & Oswald, 2004) y la participación voluntaria en actividades comunitarias (Pichler, 2006); por el otro lado, factores como la inequidad (Oishi & Kesebir, 2015), el desempleo (Lelkes, 2006), la falta de confianza social (Helliwell and Putnam, 2004), la contaminación (Welsch, 2006) y vivir en entornos inseguros o con carencias (Ferrer-i-Carbonell & Gowdy, 2007) disminuyen los niveles de bienestar subjetivo.
Bienestar subjetivo en México (2)
Además de los datos mencionados arriba en relación con la pobreza y su impacto en el bienestar subjetivo, el Módulo BIARE (Bienestar Auto Reportado) del INEGI destacan los siguientes resultados:
• El promedio nacional de satisfacción con la vida es de 7.95 en una escala del 0 (más bajo) a 10 (más alto).
• El promedio de satisfacción con la vida de la población masculina es ligeramente superior al de la población femenina (8.04 y 7.88 respectivamente).
• Los niveles de satisfacción más altos se dan con la vida familiar y la vida afectiva (8.92 y 8.42), mientras que los más bajos se relacionan con la situación general del país (6.94) y la seguridad (5.93).
• Las situaciones que predicen los mayores niveles de satisfacción con la vida son: no ser pobre ni vulnerable, altos niveles de confianza en otras personas, no haber enfrentado serias adversidades y haber tenido un ascenso o aumento de sueldo.
• Las situaciones que predicen los peores niveles de satisfacción con la vida son drogadicción en el hogar, experimentar un nivel de vida inferior al de la niñez, no confiar en ningún familiar, no tener amistades y no haber tomado decisiones importantes.
• Otras situaciones como haber sufrido discriminación, falta de alegría, perder posesiones materiales importantes, necesitar ayuda para solventar el gasto corriente, que alguien cercano perdiera su trabajo o tener que abandonar los estudios son algunos de los principales motivos de bajos niveles de satisfacción con la vida.
Hacia una política de la felicidad
A pesar de que en los últimos años ha habido un creciente interés en la medición del bienestar subjetivo para el desarrollo de políticas públicas (Dolan, Layard & Metcalfe, 2011), la idea de que el Estado – Gobierno puede jugar un papel importante en la felicidad de las personas en realidad no es algo nuevo: durante la fundación de las repúblicas americanas, Simón Bolívar dijo que “el mejor sistema político es el que asegura la mayor suma de felicidad social». Thomas Jefferson colocó la búsqueda de la felicidad junto a la vida y la libertad como uno de los tres pilares fundamentales consagrados en la Constitución estadounidense (Bracho, 2002, p. 430), estableciendo que “el cuidado de la vida y la felicidad humanas es el primer y único objeto legítimo del buen gobierno”. (Layard, Mulgan, Seldon, & Williamson, 2012)
Existe evidencia de que aspectos relacionados con el ejercicio de gobierno, como la calidad de los servicios públicos (Oishi & Kesebir, 2015), el tipo de sistema tributario (Oishi, Schimmack & Diener, 2012) y la calidad de la gobernanza (Ott, 2011) se relacionan directamente con los niveles de felicidad de la ciudadanía. El Reino de Bután posiblemente sea el Estado en el que la felicidad se encuentre más arraigada como parte central de la política de gobierno: desde 1729, tras la unificación del Reino, estableció en su código legal la importancia de procurar la felicidad de sus ciudadanos y su actual Constitución indica que el Estado es responsable de promover aquellas condiciones que permitan perseguir la
Felicidad Nacional Bruta (Ura, Alkire, Zangmo & Wangdi, 2012). De hecho, fue el Reino de Bután quien introdujo dicho término, entendiendo que la calidad de la vida de las personas tiene que entenderse como algo holístico y no sólo desde la perspectiva de ingresos (Producto Interno Bruto).
Tras casi cuatro décadas de haber incorporado la búsqueda de la Felicidad Nacional Bruta como centro del actuar gubernamental, la experiencia del Reino de Bután nos enseña que el Estado es clave para facilitar la felicidad, entendida como acceso a alimentación de calidad, sentirse seguros, disfrutar la naturaleza, trabajar con placer, tener acceso a información que permita vivir mejor, dormir bien y despertar descansados, participar libre y activamente en los asuntos comunitarios y disfrutar de aire limpio. Más importante aún, nos da un ejemplo de que procurando la felicidad de las personas, los países pueden garantizar un desarrollo sostenible.
Referencias
Blanchflower, D. G., & Oswald, A. J. (2004). Well-being over time in Britain and the USA. Journal of Public Economics, 88, 1359–1386.
Bracho, F. (2004) “Happiness as the Greatest Human Wealth”, en Ura, K. & Galay, K. Gross (Eds.) National Happiness and Development. The Centre for Bhutan Studies.
Dolan, P., Layard, R. & Metcalfe, R. (2011) Measuring Subjective Welbeing for Public Policy: Recommendations on Measures. Special Paper No. 23, Centre for Economic Performance.
Dolan, P., Peasgood, T., & White, M. (2008) Do we really know what makes us happy? A review of the economic literature on the factors associated with subjective well-being. Journal of Economic Psychology, 29, 94- 122.
Easterlin, R. A., McVey, L. A., Switek, M., Sawangfa, O., & Zweig, J. S. (2010). The happiness–income paradox revisited. Proceedings of the National Academy of Sciences, 107(52), 22463-22468.
Easterlin, R. A. (2006). The economics of happiness. Daedalus, 133(2), 26-33.
Ferrer-i-Carbonell, A., & Gowdy, J. M. (2007). Environmental degradation and happiness. Ecological Economics, 60(3), 509–516.
Frey, B. S., & Stutzer, A. (2002). The economics of happiness. World economics, 3(1), 1-17.
Helliwel, J., Layard, R. & Sachs, J. (2017) World Happiness Report 2017.
Helliwel, J., Layard, R. & Sachs, J. (2012) World Happiness Report 2012.
Helliwell, J. F., & Putnam, R. (2004). The social context of well-being. Philosophical Transactions of the Royal Society London, 359, 1435–1446.
INEGI (2015) Indicadores de Bienestar Subjetivo de la Población Adulta en México. Boletín de Prensa Núm. 412/15.
Layard, R., Mulgan, G., Seldon, A., & Williamson, M. (2012) Government has vital role in creating a happier society. Action for Happiness.
Layard, R. (2006) Happiness and Public Policy: A Chalenge to the Profession. The Economic Journal, 116 (510), C24-C33.
Lelkes, O. (2006) Knowing what is good for you. Empirical analysis of personal preferences and the ‘‘objective good’’. The Journal of Socio-Economics, 35, 285–307.
OCDE (2013) OCDE Guidlelines on Measuring Subjective Well-Being. OECD Publishing.
Oishi, S. & Kesebir, S. (2015) Income Inequality Explains Why Economic Growth Does Not Always Translate to an Increase in Happiness. Psychological Science, 1-9. DOI: 10.1177/0956797615596713
Oishi, S., Schimmack, U. & Diener, E. (2012) Progressive Taxation and the Subjective Well-Being of Nations. Psychological Science, 23(1) 86-92.
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Pichler, F. (2006) Subjective quality of life of young Europeans. Feeling happy but who knows why? Social Indicators Research, 75, 419–444.
Welsch, H. (2006). Environment and happiness: Valuation of air pollution using life satisfaction data. Ecological Economics, 58, 801–813.
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(1) Easterlin, R.A. (1974) Does Economic Growth Improve Human Lot? Some Empirical Evidence. Essays in
Honour of Moses Abramovitz.
(2) Todos los datos de este apartado fueron extraídos de INEGI (2015).